lunes, 27 de febrero de 2017

En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano



La semana pasada, mientras andaba husmeando por una librería, un irracional  impulso me llevó a comprar tres novelas de Patrick Modiano. Su nombre lo escuché por primera vez cuando le dieron el Nobel. Lo tenía ahí, en esa lista de escritores premiados a la que suelo acercarme una vez al año para hacer una prospección lectora.
Poco sabía de él, excepto que era francés y que algunas de sus obras se centraban en desmontar la gloriosa resistencia del pueblo francés durante la ocupación alemana. Puede parecer extraño, pero lo cierto que me fui de la librería con tres de sus obras bajo el brazo, todas ellas publicados por la editorial Anagrama en la Colección Compactos, esa edición multicolor de bolsillo (los tres de Modiano de color rojo) que puebla mis estanterías. Compré “La trilogía de la ocupación”, que recoge sus tres primeras novelas en las que aborda el mencionado tema de la ocupación alemana de Francia. Me llevé también “Un pedigrí”, que es una breve autobiografía del autor, y “En el café de la juventud perdida”. Leí la contraportada de este último y decidí que éste sería mi primer acercamiento a Patrick Modiano. Sabía que si erraba el tiro en la elección, los otros dos libros podrían quedar durante mucho tiempo sin abrir, guardando polvo en la biblioteca. Intuía que era un autor en el que el lector no puede estar de mero consumidor pasivo de palabras. Y no me equivoqué.

Es una novela corta, poco más de cien páginas, pero quien piense que por eso mismo es un libro de lectura rápida se equivocará, porque lo llevará a pensar que Modiano no es para tanto, y he ahí el error. Yo creo que es una novela de doble lectura como mínimo. Bueno, eso mismo creo de otras muchas novelas, pero de ésta no lo dudo. Y digo esto porque en la segunda lectura es en la que se atan los cabos sueltos que son muchos, y uno se hace una idea de lo que el escritor nos quiere transmitir. Es como observar el cuadro de “Las Hilanderas” de Velázquez. Una primera mirada no nos dice demasiado. Tenemos que mirarlo varias veces, reposar la vista en el lienzo, en los personajes, en las escenas, y preguntarnos qué hacen ahí, porqué están colocados de ese modo y qué nos quería trasmitir el pintor. Con Patrick Modiano hay que leer de esta forma, con las neuronas en modo activo,  y comprenderemos por qué se le otorgó el Nobel en 2014.

El inicio de “En el café de la juventud perdida” se adivinan muchos de los elementos de la trama, si se puede llamar así a esta estructura tan fragmentada. También se aprecia el carácter de la protagonista de la novela.
“De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo.
No llegaba a una hora fija. Podía vérsela ahí sentada por la mañana muy temprano. O se presentaba a eso de las doce de la noche y se quedaba hasta la hora de cerrar. Era el café que más tarde cerraba en el barrio, junto con le Bouquet y La Pergola, y el que tenía una clientela más peculiar. Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era solo su presencia la que hacía peculiares el local y las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume”.

El que nos cuenta esto es uno de los jóvenes asiduos del local, de Le Condé, un café frecuentado por jóvenes parisinos del mundo de la creación y la bohemia, y sus palabras denotan la nostalgia de aquel tiempo. Habla de una chica algo tímida y solitaria llamada Louki, y en torno a ella y gira esta novela.
Ha pasado el tiempo y nuestro narrador, que ahora trabaja en una oficina y vive solo,  recuerda aquellos meses  (la historia se sitúa a finales de los años sesenta) a través un cuaderno que uno de los del grupo,  Bowing apodado “El Capitán”, le legó cuando se fue a vivir a México. En ese cuaderno, Bowing se dedicó a registrar durante casi tres años el nombre y la dirección de los clientes que entraban en el local con la fecha y hora exacta en la que estuvieron allí. Con esta empresa (soñaba con hacerla extensible a todos los cafés de París), quería luchar contra el anonimato de la gran ciudad, “estaba deseando salvar del olvido a las mariposas que dan vueltas durante breves instantes alrededor de una lámpara”.
En su tiempo libre se dedica a revisar el cuaderno y a intentar recordar los detalles de esos días. Por entonces,  era un joven estudiante de la Escuela Superior de Minas que se acercó este local del Barrio Latino de París  atraído por el espíritu intelectual y bohemio de sus moradores.  Fue ahí donde conoció a estos jóvenes (Zacharías, Louki, Tarzán, Jean Michel, Freds, Alí Cherif, Annet, Don carlos, Adamov, Mireille ) que siempre llevaban un libro bajo el brazo y que se solían reunir para hablar de política, de literatura, o para hacer experimentos como “ la patafísica, el el letrismo, la escritura automática o las metagrafías”.


En el cuaderno de entradas hay un nombre, el de Louki, que destaca porque siempre está subrayado con lápiz azul. Bowing le contó que el subrayado había sido obra de un tal Caisley,  a quien se lo dejó unos días porque dijo ser editor y estar interesado en publicarlo. Pero se lo devolvió y nunca más lo volvió a ver.  Nuestro estudiante de minas, busca los registros de Louki en el cuaderno e intenta estrujar su memoria.  La recuerda sentada en el café con “Horizontes perdidos”,  de James Hilton. Recuerda la noche en que llegó al local por primera vez y uno de ellos la bautizó con el nombre de Louki: “Sí, empezó a venir a Le Condé en otoño. Y seguro que no fue por casualidad. A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir. Hay electricidad en el aire de París en los atardeceres de octubre, a la hora en que va cayendo la noche. Incluso cuando llueve. No me entra melancolía a esa hora ni tengo la sensación de que el tiempo huye. Sino de que todo es posible. El año comienza en el mes de octubre. Empiezan las clases y es la estación de los proyectos. Así que si Louki vino a Le Condé en octubre fue porque había roto con toda una parte de su vida y quería hacer eso que llaman en las novelas PARTIR DE CERO. Por lo demás hay un indicio que me demuestra que no debo de estar del todo equivocado En Le Condé le pusieron un nombre nuevo. Y, aquel día, Zacharías habló incluso de bautismo. Había vuelto a nacer, como quien dice”

En otras páginas del cuaderno, Louki se menciona acompañada de un hombre “moreno con chaqueta de ante” que está también  subrayado. Lo último que recuerda de ella fue que el escritor Maurice Raphael y ella lo llevaron a casa una noche en que diluviaba. Fue cuando se planteó dejar sus estudios en la Escuela Superior de Minas.
En este primer capítulo Patrick Modiano , además de introducirnos en ese ambiente con un tono nostálgico, echa el anzuelo al lector dejando sin resolver multitud de cuestiones. ¿Quién es la misteriosa Louki?¿Qué pasó con ella?¿Por qué estaba subrayado su nombre en el cuaderno?¿Quién era realmente el tal Caisley y por qué subrayó el nombre de Louki?¿Quién era el moreno de la chaqueta de ante que la acompañaba al local?.

En los siguientes cuatro capítulos se dan respuesta a todas esta preguntas, pero Modiano utiliza diferentes narradores para hacerlo, en diferentes tiempos dando a la novela una estructura compleja, como si de un puzzle se tratara, que el lector ha de reconstruir conforme avanza la lectura.
El segundo capítulo está narrado por el tal Caisley, que resulta ser un detective privado que busca a Louki por encargo de su marido. En el tercero es la propia Louki, cuyo verdadero nombre es Jacqueline Delanque, la que nos cuenta su historia desde su infancia, la relación con su madre, sus estudios fallidos, sus primeras salidas en su barrio con Jeannette Gaul  apodada “La Calavera” y sus amigos, su temprano matrimonio y su llegada a Le Condé en busca de una nueva vida.
“Un día, al amanecer, me escapé de Le Canter, donde estaba con Jeannette […] Me asfixiaba. Me inventé un pretexto para salir a tomar el aire. Eché a correr. En la plaza todos los rótulos fluorescentes estaban apagados, incluso en el Moulin-Rouge. Dejé que se apoderase de mí una embriaguez que el alcohol ni la nieve hubieran podido proporcionarme nunca. Subí la cuesta hasta el Chateau des Brouillards. Estaba completamente decidida a no volver a ver a la banda de Le Canter. Más adelante he sentido la misma embriaguez cada vez que he roto con alguien. No era de verdad yo misma más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión. Pero la vida siempre volvía por sus fueros”.

En los dos últimos capítulos el narrador es Roland, “el moreno de la chaqueta de ante”, con quien Louki tiene una relación.  El final se intuye desde la primera página y sin embargo es impactante.
Hay varios temas fundamentales en la novela. El primero de ellos está precisamente en el título. Entre los 18 y los 25, los años en los que todo es posible, los años en que comienzan a dibujarse los contornos y marcan para el resto de la vida. La nostalgia por la juventud perdida está detrás de toda la novela y Louki es la metáfora de esa época idealizada que todos recuerdan. El tema se ve reforzado por el interés de Louki por las culturas orientales, y por su libro de cabecera, “Horizontes perdidos”, que recrea el mundo ideal en la ciudad de Shangri La situada en un valle perdido del Himalaya, donde la juventud es eterna y la gente es feliz. Aquí está otro de los temas de la novela. La utopía frente a la realidad. Louki huye de la realidad, intenta dejar atrás el pasado y busca refugio en la otra orilla del Sena, en Le Condé, en el lugar de los sueños, en la zona neutra. Pero el pasado siempre está ahí, porque como dice Javier Cercas, el pasado no existe, tan solo es una dimensión del presente.
Gran descubrimiento, Patrick Modiano.


Traducción de María Teresa Gallego Urrutia



6 comentarios:

  1. Modiano es una de las muchas lagunas literarias que tengo. Cuando le dieron el Nobel me propuse leer algo suyo y de toda su obra elegí esta novela que has comentado, pero como tantas veces ocurre el tiempo ha ido pasando y está lectura se me ha ido olvidando hacerla.
    Veo que te ha gustado Modiano y este relato. Y a mí me has vuelto a recordar que me propuse leerlo y no lo he hecho. Tras leer tu interesante reseña intentaré cumplir con mi propósito antiguo: leer "En el café de la juventud perdida".
    Un abrazo

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    1. Hola Juan Carlos, estoy seguro de que un lector cómo tú sacará mucho partido a esta novela.
      Ya nos contarás.
      Un abrazo.

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  2. Me hice con la trilogía de la ocupación hace tiempo y en una primera lectura no me acabó de convencer. Ahí sigue, esperando un momento más propicio por mi parte. Leyendo tu reseña creo que esta novela hubiera sido una mejor elección, por su extensión, tema y estructura (aparte del título que ya de por si dice lo suyo). Coincido en parte con la evocación del otoño como una estación de proyectos y segundas oportunidades, más que el tan nombrado mes de enero. Otro título más a tener en cuenta.
    Saludos.

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    1. Esta misma semana hice una breve incursión en la trilogía y me sorprendió la densidad y complejidad de la novela que ya se deja entrever en las primeras páginas, de modo que la dejé aparcada para otro momento.
      Uno de los grandes misterios de la humanidad es saber cuál es el momento adecuadopara leer una una novela que sabes que has de leer. Por mis manos han pasado muchas novelas que se quedaron colgadas tras leer veinte o treinta páginas, e incluso con más de cien y eso que ya es delito abandonar así. Algunas de ellas no he vuelto a sacarlas de la estantería pero otras han tenido una segunda oportunidad y muchas veces ha sido para bien.
      Un abrazo

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  3. Conocí a Modiano también tras su Nóbel. No es un autor que me haya enganchado pero quiero seguir leyendo algo de él con calma. Éste puede ser una buena opción. Saludos.

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    1. Yo no creo que Modiano sea un autor de los que enganche, sin embargo su escritura tiene ese tono especial que hace que sea un escritor de referencia, de los que hay que leer de vez en cuando. Yo también seguiré leyéndolo sin prisas.
      Un abrazo.

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