jueves, 15 de septiembre de 2016

París era una fiesta, de Ernest Hemingway


Hace unos años visité París. Pensé en llevarme la archiconocida guía Lonely Planet, pero decidí que sería mejor una guía más de andar por casa como la Trotamundos. Finalmente, ni una ni la otra. Puse en la maleta París era una fiesta de Ernest Hemingway y París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. No me equivoqué.

París era una fiesta, es una novela autobiográfica que escribió Hemingway a finales de los años cincuenta del siglo XX en la que recuerda sus años de juventud. En el libro nos habla de sus años en el París de la primera posguerra mundial, de los momentos felices que pasó junto a sus esposa Hudley, de sus charlas con Gertrude Stein, de sus lecturas, sus paseos y sus tardes escribiendo cuentos o crónicas en los cafés parisinos, siempre acompañado de un vaso de ron.

Este es uno de los fragmentos del libro:
El piso de la rue Cardenal-Lemoine tenía dos habitaciones sin agua caliente y sin más dispositivo que un recipiente con antiséptico, que de todos modos no era molesto para una persona acostumbrada a las letrinas de Michigan. Con su buena vista y su buen colchón y somier que armaban una buena cama cómoda aunque baja, y cuadros que nos gustaban en las paredes, era un piso alegre y simpático.
Al llegar con mis libros le conté a mi mujer la maravilla del hallazgo.
[se refiere a la Librería Shakespeare & Co que regentaba Silvia Beach, primera editora en 1922 del Ulises de James Joyce. La librería se convirtió en centro de reunión de grandes escritores como Samuel Beckett, Ezra Pound, Paul Valery, André Gide, Scott Fitzgerald,o los propios Joyce y Hemingway]
—Pero Tatie, tienes que ir a pagar esta misma tarde, dijo ella.
—Claro que voy a ir —dije—Iremos juntos. Y luego pasearemos por el río siguiendo los muelles.
—Iremos por la rue de Seine y entraremos en todas las exposiciones y miraremos los escaparates.
—Estupendo. Podemos ir a cualquier parte y nos meteremos en un café nuevo donde nadie nos conozcan tomaremos una copa.
—Podemos tomar dos copas.
—Entonces también podemos cenar en alguna parte.
—Eso no. No olvides que hay que pagar en la librería.
—Bueno, volveremos y cenaremos aquí y tendremos una buena cena y para beber compraremos vino de Beaune de ese de la cooperativa de enfrente que marca en precio en el escaparate. Y luego leeremos un rato y nos iremos a la cama y haremos el amor.
—Y yo siempre te querré a ti y tú siempre a mí.
—Siempre. Y a nadie más.
—Seremos felices toda la tarde y toda la noche. Y ahora vamos a almorzar...”

Por supuesto, en el viaje que hice a París peregriné a la rue Cardenal-Lemoine. Y allí estaba el piso en el que vivió Hemingway junto a Hudley, donde fueron tan pobres y tan felices. En la parte superior de la entrada había una placa en la que se mencionaba tal hecho.Y poco más. Al lado, una librería,  la Librería Hemingway, donde compré un ejemplar de París era una fiesta en la traducción francesa.
Después caminé cuesta abajo por la rue de Seine hasta la librería Shakespeare & Co. Y allí estaba Silvia Beach. Sólo la pude ver unos instantes, de espaldas, mientras sacaba un libro de una de las estanterías y entraba en la trastienda.

La novela termina así:
“París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices”.

En el año 2003 el escritor Enrique Vila-Matas publicó un libro de memorias en el homenajea a Hemingway titulado precisamente París no se acaba nunca.
Escribe Vila-Matas que efectivamente Hemingway regresó muchas veces a París, pero una de las más memorables fue aquella en que “según la leyenda, armado de una metralleta y acompañado por un grupo de la Resistencia francesa, el 25 de agosto de 1944, tras cuatro largos años de ocupación alemana, se adelantó unas horas a la entrada de los aliados en París y liberó el bar del Ritz, el famoso Petit Bar de la rue Cambon. Exactamente la leyenda dice que Hemingway liberó las bodegas del hotel. Después, tomó una suite en él y, en una casi permanente nebulosa de champagne y coñac, se dispuso a recibir a amigos o simples visitantes que fueran a felicitarle. Entre los que se presentaron en el hotel estuvo André Malraux, arrogante a más no poder. El escritor francés entró en el Ritz con un pelotón de soldados a sus órdenes, convertido en todo un coronel con lustrosas botas de caballería. No puede decirse que hubiera ido al Ritz a felicitar a nadie, y menos a Hemingway, que lo advirtió enseguida y que inmediatamente se acordó de que aquel orgulloso coronel había abandonado en 1937 la guerra civil española para escribir "L’espoir" , la novela que algunos cándidos habían elevado a la categoría de obra maestra. Enseguida se vio que el coronel Malraux alardeaba de su pelotón de soldados y se reía del manojo de desarrapados que estaban a las órdenes de Hemingway, liberador del bar del Ritz.
Qué pena, le dijo Hemingway a Malraux, que no tuviéramos la ayuda de tus fantásticas fuerzas cuando tomamos París. Y uno de los incondicionales desarrapados a las órdenes de Hemingway murmuró al oído de su jefe: Papa, on peut fusiller ce con? (¿Papá, podemos fusilar a este gilipollas?)”.

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